Uniformes y batas

Ventanas empañadas con “hola” y corazones escritos con el vaho de los labios. “Todo saldrá bien” rezan algunos carteles por el barrio. Ventanas, al fin y al cabo, que están pasando tanto y tanto.

Aplaudimos, lloramos, reímos, amamos… nos enfadamos, nos rompemos, nos caemos y nos levantamos. Todo pasa detrás de esas ventanas empañadas, porque son ventanas que callan más que hablan, la rabia, el miedo, el dolor… eso mejor nos lo tragamos que bastante tenemos ya con lo que tenemos como para encima compartirlo, pero por cada uno que sale al balcón a tocar la guitarra, hay cien talentos apagados sentados en la mesa de un comedor, en una cocina cuidando a sus hijos pequeños o frente a un lavabo.

Nos miramos en el espejo y no estamos, no somos los de antes, en el paro o con trabajo todos hemos perdido algo. Algo muy nuestro que un maldito virus nos ha arrebatado; nos falta la libertad, pero no como en una cárcel, no, la libertad de elegir sobre nuestro propio destino, la libertad de escoger dónde ir o qué hacer, ya no es sólo salir, hablo de qué podemos sentir. “Los abrazos rotos” de Almodóvar, sería una bonita banda sonora para este momento, se han prohibido los abrazos y las distancias cortas de forma indefinida. Una lástima sí, y después de varios años sin escribir nada, me nace hacerlo para combatir la desidia y la monotonía que parece frotarse las manos desde la esquina.

Lo que tengo que decir no es más importante que lo que tengas que decir tú, yo sólo soy un número más, una estadística de esta pandemia que se ha cobrado más de lo que cualquier sociedad se mereciera soportar. Pero no, no te equivoques, esto no es una queja, es más bien un recordatorio de esos que nos ponemos en el móvil. Un recordatorio que pretende dar voz a aquellos que están cuidando de nosotros y no tienen tiempo de escribir en un blog, aquellos a los que hace meses insultábamos por esperar demasiado en la sala de un hospital o por ponernos una multa de aparcamiento. Hoy en España a las 20:00h. aplaudimos a los cuerpos de seguridad del estado, al personal sanitario, a cajeros, a transportistas y a cualquier persona que dedique su tiempo a trabajar para que a los demás no nos falte de nada.

Yo sólo quiero que cuando pase lo que tiene que pasar, los aplausos de las ocho no se queden en una borrachera y que no volvamos un paso atrás a modo de resaca. Porque sí la resaca vendrá, pero señores, ibuprofeno y a circular. Los héroes lo son siempre, no sólo en tiempos de guerra contra una pandemia.

Espero y deseo que, después de todo esto, no muramos un poco por volver al pasado, que miremos más allá de nuestro ombligo y que fomentemos una sociedad más cívica, más concienciada: mucho más humana, por favor, se lo debemos a todos los profesionales que nos cuidan y, sobre todo, a los que ya no están.

Las batas y los uniformes siempre serán parte de nuestra sociedad pero hoy sabemos que lo que surja de ahora en adelante será, sobre todo, gracias a ellos.

Un aplauso por todos vosotros y un grito revolucionario para que se reconozcan vuestros derechos, estamos con vosotros.

Bravo por vuestra valentía. Juntos vamos a salir muy pronto, todos lo estamos deseando.

¿Qué quieres ser de mayor?

Mis recuerdos de la infancia son como una fantasía, un cosquilleo… un bonito guiño al corazón. El puzle de mi memoria previo a mi pubertad sólo tiene carcajadas, abrazos y besos, amor puro e inefable en cada momento. La figura de mis padres lo hizo posible, convirtiendo el curso de mi pretérito en una mirada a través de un caleidoscopio llamado hogar, por su cariño, su incondicional apoyo y su saber estar a la altura de una niña no muy fácil de criar.
Algunos recuerdos son como espejos empañados, me son familiares, pero apenas me revolotean algunos detalles, otros son como películas de domingo, son veranos en el pueblo, paseos en bicicleta, cometas en el aire, días de piscina y helados de dos bolas, rodillas con tiritas y barbillas con puntos; en fin, estar en la calle a todas horas.
Otros pensamientos de aquellos maravillosos años me traen la voz de mi bendita madre, cuando me cantaba nanas como nadie y me cogía en brazos siempre que lo necesitaba, también estaba papá, que llegaba a casa tarde y cansado pero eso no le impedía poner toda la paciencia del mundo encima de la mesa del comedor, sentarme justo al lado, de cara a la tele y secarme el pelo con la parsimonia de quien había nacido para eso, para quererme.
Mientras me peinaba, distinguía entre sus dedos el olor a tabaco, reconozco que, al principio, no me gustaba, pero hoy puedo confesar que, cuando me he sentido sola y lejos de ellos, me he llevado las manos a la cara después de un cigarro y me las he olido con la intención de volver a sentirme como en casa, cuando apenas tenía cinco años y mi padre me estrujaba y me pinchaba con la barba en nuestros ataques de besos.
Nunca fuimos ricos, no viajábamos fuera de España, mi ropa era la que se le quedaba pequeña a mi hermano y nuestros destinos turísticos se concentraban en zonas cercanas a nuestra ciudad, como Peñíscola u otras áreas costeras. Los días de playa eran geniales, no me gustaba tomar el sol, a mí lo que me gustaba era no salir del agua y ponerme roja como una gamba, pese a que mi madre nunca escatimara en crema protectora… Qué recuerdos hoy sé que eso, esos instantes, eran el paraíso, NUESTRO PARAÍSO, hoy sé que mi hogar está donde están ellos.
Por eso hoy, el día de la madre quiero darles las gracias: Gracias mare y pare, habéis dejado el listón tan alto que no creo que algún día sea capaz de alcanzarlo, lo que sí sé es que en esta vida o en las siguientes, si me preguntaran “¿qué quieres ser de mayor?”. Sabría qué responder: quiero ser vuestra hija.

día de la madre

P.d: estoy deseando tener un hijo para poder poner en práctica lo mucho que me habéis enseñado. Gracias.

La chica del moño alto y despeinado

La chica del moño alto y despeinado caminaba calle abajo con la despreocupación de un niño cuando ha hecho los deberes.

Se deslizaba sin arrastrar los pies, sin sonreír ni mirar atrás, no llevaba tacones ni complementos, le sobraba clase tan sólo con mirarte y, para ser grande, le bastaba la rutina del esfuerzo y de la superación constante.

Había vivido lo suyo y lo de muchos, acumulaba desgracias como los coleccionistas, como si se tratase de un afán insaciable por reencontrarse consigo misma. Se había olvidado de sonreír pero recordaba su pretérito como si hubiera sucedido justo un instante anterior al que estaba viviendo; latente, pesado, odiosamente más presente que pasado. Se equivocó, era lo suficientemente terca como para reconocerlo, pero ella lo sabía. No una, ni dos, ni tres, ni cuatro veces… sino demasiadas.

Contó y, volvió a contar, lunares, cicatrices y tatuajes en cuerpos que no la amaron, en nombres que caducaban al pronunciarse, en seres que la llevaban a calles cortadas y callejones sin salida.

chica de espaldas

La soledad era cada vez más fiel en los malos momentos y la demencia se convertía en una opción para seguir adelante.

Se había jurado dejar el tabaco, no volver a hacerse daño y, por supuesto, pensar antes de actuar. Seguía fumando, pero la llamada que había recibido esa mañana era la prueba de que, por fin, cambiarían las tornas. Iba a reunirse con alguien. Salió con tiempo de casa, ni muy arreglada ni muy tirada, informal pero guapa, con el moño alto y despeinado.

De pronto, reconoció la figura que adornaba el final de la calle, y recordó cómo ser feliz, como si hubiera vivido en un estado de amnesia hasta ese momento. Se trataba de una mujer con un abrigo largo y el pelo cano, llevaban años sin verse por una idea utópica, un sueño para una y una desgracia para la otra: “bailar no es un trabajo” fueron las últimas palabras que se cruzaron.

Unos metros más abajo, se encontraron y lloraron, como si fuera la única fórmula de desandar el pasado y el daño.

Se abrazaron, fundiéndose en un eclipse. La chica del moño alto y despeinado sonrió y suspiró: “hola mamá, no sabes cuánto te he extrañado”.

La Dama del Trece (Parte I)

Vivía en las afueras, en el piso “12 + 1” de la vieja torre acristalada que coronaba el extrarradio. Su casa se veía desde cualquier punto de la ciudad y, en cambio, a ella, pocos la distinguían, casi nadie la veía pero su cara era fácilmente reconocida.

Hacía méritos para ser invisible porque, en el pasado, había conocido las consecuencias de destacar en exceso, era su don y su maldición: ser una excepción de la naturaleza, un bicho raro entre tanta mierda. Una puta entre vírgenes, una virgen en un mundo equivocado.

Tenía muchos nombres injustos, no todos bonitos pero sí baratos. Por eso mi preferido, era uno que le puse yo: la dama del trece. Ella me recordaba al título de una novela negra o a una superstición sin fundamento, pero sin saber por qué, y aunque yo no sabía más de ella que lo que decía la gente, desprendía algo y yo me la imaginaba así, como una aristócrata venida a menos que nunca pudo estar más arriba ni más abajo, era como de otra época, más de allá que de acá pero compartiendo nuestras aceras.

Irremediablemente, ella tenía algo, un no sé qué, que qué se yo que podía dominarte al instante, por el que te perderías si ella te lo pidiera, por el que darías la vida en cuestión de un segundo. Su mirada hablaba más que sus labios pero sonreía menos, era fría, distante, calladamente guapa. Temblabas si te observaba fijamente con aquellos dos fuegos que le iluminaban la cara, incluso, si se lo proponía, tenías que agarrarte a algo que tuvieras cerca para no perder el equilibrio.

Sin duda alguna, si te miraba, veías más de lo que habías vivido. Se podría decir que tenía cicatrices en el alma, roturas y costuras abiertas, de lado a lado de la cintura y desde el talón hasta la nuca. El paso de los hombres, los nombres, los años y el daño le habían consumido como las drogas que se inyectan, ya no tenía marcas de pinchazos en los brazos, estaba limpia desde hacia tiempo, pero se notaba que algunas jeringuillas con nombre propio le habían dejado más muerte que huella.

Ya no soñaba, se olvidó de lo que era eso porque se había caído tantas veces que hasta las piedras la llamaban por su nombre, había dormido en tantos suelos que reconocía de memoria los abrazos del frío asfalto por metro cuadrado, palmo a palmo.

Cuentan que descendía de Europa del Este, de un país frío donde las balas estaban a la orden del día; como consecuencia de criarse en batallas, la guerra formaría siempre parte de su mirada.

Nadie sabe cómo llegó a España, pero lo que sí se sabía es que había viajado por medio mundo con la maleta equivocada: un idiota que le cambió la vida a cambio del alma, un imbécil que le destrozó la vida para que nunca nadie pudiera matarla.

(CONTINUARÁ…)

traficante

Declaración de un parado

Confieso que me he caído, no como se caen las hojas en otoño, no como el resbalón en mitad de la calle, no señor, esto no es un traspiés, esto es una soberana caída de manual, ésta sentará cátedra en mi vida, lo sé porque nunca me había costado tanto levantarme. Me duele, no sé en qué estaría pensando, me endiosé, me perdí en mi ego, en mis «yo puedo»… Tan arriba estaba que no me dio ni vértigo, no tomé precauciones, no me puse arnés, pensaba que no lo necesitaba. ¡Qué ignorante, qué idiota…! Y, ahora, en ese impass, mientras me caía, entre el suelo y el equilibrio no he tenido nada a lo que agarrarme.
Repito, a ver si de una vez comprendo el sentido de este descalabro, «ME HE CAÍDO», como se caen los vagos en la monotonía, como los torpes aceptan su falta de atino, como los alcohólicos ceden a la voluntad de la bebida, como los días se caen en los calendarios, como a la alopecia sucumben los calvos… Así me he caído, sin darme cuenta, sin acuse de recibos, sin preaviso; maldito cartero que no has llamado a la puerta de mi experiencia para hacerme esquivar este cisma entre lo que soy y dónde estoy.

Esta sentencia es firme, desesperante, inapelable… Pero, sobre todo, es injusta, que ¿por qué? Pues verá su señoría, los condenados por este crimen somos los «justos por pecadores», los chivos expiatorios, las cabezas de turco, los que pagan el pato, los que sufrimos eso de «alguien tenía que ser». En mi declaración, con el permiso de todos los presentes, quiero alegar que soy buena en lo que hago, soy mejor que muchos de los que tienen mis mismas condiciones (edad, experiencia, formación…). He trabajado duro desde el primer día para llegar lejos, al menos eso, es lo que nos vendieron. Sí, sí, nos dijeron una y mil veces eso, en la escuela, la universidad, en casa: «estudia, esfuérzate, renuncia a lo fácil… Sólo así llegarás a tener un gran porvenir.» Pues no, no queridos míos, la fábula del cuento no sucede como causa-efecto, la lucha no se acaba jamás, esta crisis es el mejor de los ejemplos, nada es cierto, nada hay con total seguridad, la tasa de desempleo española del 27% ya se ha encargado de demostrarlo de forma voraz a todos los que se suman a la cifra.

Y yo me pregunto: ¿para qué sirven ahora las matrículas de honor, las palmaditas en la espalda de mis profesores, los madrugones, los atascos, los días de lluvia en los que, contra mi voluntad, no me quedé durmiendo porque quería contribuir a ese porvenir que, según todos, me esperaba a la vuelta de la esquina?

¿Dónde me meto yo los títulos, las ganas, la actitud, el talento, la fuerza, la motivación…? Tenemos que reconocer que nosotros, los que nos encontramos en el paredón del INEM, también hemos pecado, nos hemos embriagado de la «titulitis» y de las promesas falsas; muchos se han conformado, otros se han acomodado en la ley del mínimo esfuerzo y otros, directamente, nos hemos creído inmortales. Hemos abierto los ojos y puesto los pies en la tierra gracias a los «no eres lo que estamos buscando» y los «ya te llamaremos»… Maldita sea su doble moral: quieren experiencia y no dan la oportunidad para adquirirla, y así con todo, porque somos herederos de lo que sobra, lo que no hace falta, las migajas que nos muestran lo que somos «pan de ayer con hambre para el mañana».
Y es que, qué os voy a contar, si el futuro prometedor se ha convertido en la Itaca más puta conocida por mi generación, «Generación perdida» nos llaman, ¡hipócritas, qué sabréis vosotros! Mira si estamos perdidos que nos tenemos que encontrar en el extranjero en trabajos en los que hay que partirse la espalda de sol a sol para mantenernos, eso no es hacer turismo como dijo la ministra (que por un momento todos pensamos que la había poseído la mema de Curry Valenzuela).

Eso es una fuga de cerebros que, no sólo es alarmante sino indiscutiblemente triste, estamos dejando escapar lo mejor de nuestro «mañana» y ¿todo por qué? Porque no somos capaces, como el resto de europeos, de reconocer y premiar el talento.

En fin, ¿existe de verdad esa Ítaca para nosotros? Yo me niego a pensar que tanto sacrificio no va a tener su fruto, simplemente, quiero y necesito creer que nos va a costar un poco más pero que todo llegará… Sí, esta es la conclusión, mi última voluntad, condenada a ser un despojo por el momento quiero renombrar a mi generación y quiero brindar por lo que somos y por lo que nos convertiremos, no dejemos que nadie nos haga pequeños, que nadie nos diga que no podemos, algún día nos reiremos de esto, os lo prometo. Desde ahora, me gustaría creer que somos la Generación Fénix, porque antes o después saldremos de esta, resurgiremos de nuestras cenizas con más fuerza de la que se recuerda, juntos podemos.

Ave Fénix, hágase tu voluntad.

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La cola de las lagartijas

Siempre me ha llamado la atención el comportamiento de la naturaleza en general y de los animales en particular; qué curiosos son sus mecanismos de defensa, sus rituales de caza o de apareamiento, sus demostraciones de cariño o de fuerza… su animalidad a veces les asemeja a nosotros, los humanos, más de lo que pensamos.

Me gusta estudiar sus instintos, pero sobre todo, me gusta aprender de ellos, cómo protegen de los suyos, cómo, de forma innata, saben qué tienen que hacer para salir airosos de cada situación que se les presenta. Ojalá supiéramos qué hacer en cada momento, lo que es mejor nosotros… Ellos se reponen, se sobreponen a los problemas, sobreviven con la mirada puesta en lo que vendrá y no en lo que han pasado, sin circos, sin dramas, sin heridas que tardan eternidades en cicatrizar. Vuelven a empezar cada mañana, una y otra vez, se caen y se levantan, son nómadas expertos en sustituir pasados por presentes, en hacer lo necesario para seguir adelante honrando la memoria de las teorías de Darwin. “La supervivencia del más fuerte” entre los humanos no se cumple a rajatabla, nosotros tropezamos dos o más veces en la misma piedra, ellos jamás. Nosotros somos masoquistas, idiotas y poco lógicos cuando al corazón se refiere, no existe la objetividad animal, no discernimos tan claramente que nos es más conveniente, somos viscerales y la pasión se alía con la sinrazón para cegarnos más si cabe, equivocarnos forma parte de nuestro sistema nervioso, parece un acto involuntario como latir, pestañear o respirar.

Estos fallos cardiacos o, lo que es lo mismo, desamores por enloquecer por quien no toca, por sufrir por quien no se lo merece, por llorar sin consuelo en despedidas que a la larga eran necesarias… no son más que malas experiencias, pruebas que pasar, pero de ahí se deriva el problema: no todos son capaces de superarlas inmunemente, algunos perecen anímicamente en el intento, se les rompe por la mitad su ser, les falta una parte de ellos mismos; esto pasa cuando ponemos una parte de nosotros en la otra persona, cuando les queremos más a ellos que a nosotros, cuando les dejamos que nos conformen como títeres, les señalamos en el mapa de nuestros cuerpos donde hacernos daño… les damos las riendas de nuestras vidas sin saber qué harán con ellas, pero esa no es solución para ninguna relación. No hagamos que nuestra voluntad sea la suya ni que nuestro camino lo marque alguien que no seamos nosotros mismos, escribamos nuestro camino y no le dejemos nunca a nadie el lápiz para que seamos siempre los arquitectos de todo: lo bueno y lo malo; al hacer retrospectiva estaremos orgullosos de habernos sido siempre fieles a nosotros mismos.

Errores

Moraleja: veamos más “La 2” y menos “Telecinco”, más documentales y menos prensa rosa, eso no son noticias del corazón, son ejemplos fatídicos de las dependencias, las infidelidades o las desestructuraciones varias de las parejas. Hagamos de nuestro corazón una cola de lagartija, para que cada vez que nos hagan daño se nos caiga y vuelva a salir, nuevo, renovado con la cicatriz de la experiencia pero con las ganas y la musculación de una nueva vida, con las ilusiones intactas, como si cada vez que nos enamorásemos fuera la primera, el secreto: elige un buen amor, ese que tú y yo sabemos que te conviene.

¿Para qué sirve la UTOPÍA?

¿Qué pasa con nosotros? Señores y señoras, ¿nos estamos volviendo locos?

Ayer miles de personas se lanzaron a las calles con un claro “basta ya” en las gargantas; indignados y cansados de las gestiones hasta el momento de los incompetentes gobiernos. Se agruparon en una huelga general que como se suele decir, paralizó al país desde sus cuatro puntos cardinales. Entonces, si estamos de acuerdo, si pensamos igual, ¿por qué no cambian las cosas? ¿Qué necesitamos? Parece que la actitud existe, es latente y palpable en el ambiente, se nota en las caras, los gestos y las obras de la gente. ¿Acaso la unión no hace la fuerza? Pues, a mi parecer no es suficiente, siguen mal y bien los de siempre, los colores políticos del bipartidismo actual nos tienen en una monocroma situación y yo me pregunto ¿saldremos algún día adelante? Mi futuro, mis oportunidades y la de miles de jóvenes (y no tan jóvenes) se resquebrajan en pro de unos cuantos peces gordos, bueno, pues empecemos a pensar si no es hora de pescar y de acabar ya con esa lacra social, con ese yugo de recortes y de estupidez, con esa pereza impuesta, con este muro de lamentaciones que nosotros mismos hemos erigido. ¿Cómo? ¿Desde el poder que nos falta y que somete? Pues tal vez sí, comencemos a exigir medidas que nos unan a todos, a partir de las 500.000 firmas tenemos potestad de crear un referéndum, así que usemos bien nuestras armas, porque está guerra no se calla ni con el silencio ni con la falta de pan de unos meses, no más huelgas, no más pasividad, tomemos el toro por los cuernos porque está en juego nuestro devenir y el de las personas que conocemos y que queremos. Es triste porque es real, pues bien, adelante con la utopía, hagámosla realidad. Yo empezaría quitando los sueldos vitalicios, los coches oficiales, abriendo las leyes funcionariales, que por mucho que tengan su plaza se ganen su puesto como los demás, que lo defiendan y que entremos en un sistema abierto como en el resto de potencias europeas. No porque se haya hecho mal hasta ahora debemos mantener la mediocridad del que “más tiene”. Como la monarquía y sus chupasangres, la tradición es parte de nuestra esencia, pero en este caso debemos estudiar si no debería caer por sí misma, ya que se ha convertido en un código antisocial que estrangula a la ciudadanía.

En mi opinión estamos saliendo a la huelga de rodillas y creo que ya es hora de asesorarnos y, desde cada uno de nosotros, movernos e informamos de cómo mejorar las cosas. Un pueblo culto es el peor enemigo de un gobierno corrupto, adelante pues, ya toca lamerse las heridas, porque si nos quedamos en este punto de la partida, en esta casilla  sin número, tendremos lo que nos dejen tener y no el jaque mate que necesitamos.

Y, ahora dime, ¿qué vas a hacer tú para cambiar las cosas?

 

Ella está en el horizonte.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos,

camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré.

¿PARA QUÉ SIRVE LA UTOPÍA?

Para esto sirve: PARA CAMINAR

 

«La retórica de la servilleta»

Esta tarde me he encontrado una servilleta en el suelo, estaba a pocos metros de la puerta de mi casa, me ha extrañado porque no hay ningún bar, lo suficientemente cerca, como para que la hubiera arrastrado el aire, lo cual me ha hecho pensar en varias hipótesis: se le había caído a alguien o alguien la había tirado tras desahogarse en ella.

Era un servilleta-lija, de esas que en vez de secar o limpiar, hacen la función de una piedra pómez. Pero no quiero centrar la atención en el tacto de la misma, ese no es el quid de la cuestión, concretamente, me he enamorado de su caligrafía y de las letras que formaban un par de palabras, que parecían no tener mayor importancia que la de una anotación para la lista de la compra. El caso es que me he detenido, tentada por los excepcionales trazos de su personalidad y, entonces, lo he podido leer: “almas gemelas” habían escrito.
Sin asumir el rol de una experta grafóloga me aventuro ahora a descifrar lo que he percibido de esa letra sencilla, pero sumamente atractiva; era como digo muy bonita, desde luego, mucho más que muchas de las que he visto, por no hablar que superaba abismalmente a la estética de la mía propia, atribuible sin lugar a dudas a un infantil rótulo de Halloween.
Deduzco que era de una mujer, por su pincelada redondeada, jugando con el espacio en blanco a su antojo y muy firme, capaz de enlazar las vocales con las consonantes con gracia, reverenciando que se trata de una de esas personas que no dejan las cosas a medias, ellas siempre terminan lo que se proponen. Sus finales marcados en la letra “l”, sus trazos rectos y regulares de la “g” junto con los perfectos puentes de la “m” me confirmaban un carácter ágil y racional que, lejos de la torpeza de las torceduras, anunciaban una mujer preñada de pasión que se desquitaba en el vacío de un papel, con un anhelo: el de despojarse de una duda antropológica, ¿existen las almas gemelas? ¿Las predestinaciones? ¿Los “tal para cual” y los “para siempre” en una misma frase?

Creo que ella, (porque estoy segura de que era ella y no él quien lo ha escrito), con sus palabras me ha cogido de la mano para mostrarme este interrogante, porque es justo ahí donde puedo empezar a descifrar la retórica de la servilleta.

“Almas gemelas”, ese era el único contenido, así, sin apellidos ni aposiciones que me dieran huellas que seguir, pero con una solemne pista: el trazo se repetía, como si quisiera debatirse entre si lo tachaba o lo remarcaba, había escrito muchas veces cada letra, como cuando estás al teléfono y tomas una nota y, sin quererlo, la repasas una y otra vez y, sólo al colgar, te percatas del grosor de tus palabras en el papel. Esta repetición casi enferma me presentaba un realidad incómoda para su autora; como una mueca en la cara o un piropo a deshora. Esta amiga anónima nos ha descrito la angustia reiterativa de sus pensamientos, en busca de la cordura que ha perdido junto con su serenidad. Ella que no creía en el amor ni en las medias naranjas… ¿Por qué se pregunta ahora sobre la existencia de las almas gemelas? Acaso, ¿se ha enamorado, siente mariposas en el estómago o no es más que otra infeliz que busca el consuelo porque un príncipe sin corona le ha roto su inexperto corazón?

Nunca lo sabré, pero por si el azar quiere ponerse de nuestro lado, pienso contestarle en una carta y se la depositaré en el mismo lugar dónde me topé con la servilleta. Mis palabras serán:

«Querida, no hallo respuesta para tu servilleta, pero sé que tú misma te contestarás, no con tu verbo, sino con tu propia experiencia. “Lo que tenga que venir… vendrá.” Como ya sabrás, algunos tienen la suerte de encontrar muy pronto a esas personas que le complementarán el resto de su vida, otras tardan un poco más y otras, sencillamente, están solas, ya sea por decisión propia o por falta de adaptación. Con esto quiero decirte que no es triste vivir buscando esa otra media parte de tu alma, lo triste es dejar de intentarlo. Por otro lado, las teorías son incongruentes, si atendemos a Platón y a su “Teoría de la Reminiscencia” podemos aprender que conocer es recordar, porque para él todos hemos tenido una vida anterior a la terrenal, que es, precisamente, donde conocemos a nuestra pareja perfecta.
Del mismo modo, si escuchamos la voz de escritores o románticos como Paulo Coelho pensarás que “el destino une a las personas en un tiempo indefinido”, de modo que tarde o temprano nos encontraremos con “nuestro otro yo” en otro cuerpo.

Finalmente, amiga mía, tal vez aún no te haya ayudado en nada, porque estas son sólo algunas de las teorías, dejo que elijas la que más te convenga, por supuesto, pero como guinda final déjame que te comparta un gran pensamiento; haz caso a tus valores, a ti misma y a lo que te conviene, espera sin desesperar y hazle caso a tu corazón que siempre sabe más de lo que pensamos, y si eso no te ayuda déjate guiar por las palabras de un hombre que te invita a sentirte completa por ti misma, sin necesidad de complementarte con nada ni con nadie que tú no elijas.»

“NOS HICIERON CREER QUE CADA UNO DE NOSOTROS ES LA MITAD DE UNA NARANJA, Y QUE LA VIDA SOLO TIENE SENTIDO CUANDO ENCONTRAMOS LA OTRA MITAD. NO NOS CONTARON QUE YA NACEMOS ENTEROS, QUE NADIE EN NUESTRA VIDA MERECE CARGAR EN LAS ESPALDAS LA RESPONSABILIDAD DE COMPLETAR LO QUE NOS FALTA.”
John Lennon (1940-1980)