50 sombras de GRIS

Todos sabemos cómo es el color gris, si lo piensas, te viene a la cabeza un color, uno determinado, pero diferente al que yo me estoy imaginando, porque el GRIS como el amor depende de cómo nos lo enseñaron. Su textura y percepción depende de aquel mentor que te lo mostró por primera vez.

Podría decirse que el gris es el centro, el equilibrio entre todo y nada, entre blanco o negro, es el maldito punto intermedio; no se moja, no se decanta por uno o por otro, él puede ser así, neutral por vocación, independiente por necesidad sin ser catalogado como luz u oscuridad.

No es indeciso, es soberbio, sabe lo que quiere ser y está orgulloso de ello, se funde entre lo malo y lo bueno, está donde quiere estar: representando lujo y status social o melancolía y pesar.

Lo que yo decía: se parece bastante al concepto relativo del verbo amar. Sin duda, el amor tiene tantas caras como matices la gama cromática, tantas luces y sombras que no caben en estas palabras.

Pero yo tan solo tengo una mirada, una perspectiva, un objetivo pseudomiope por el que apreciar mi realidad porque, aunque la compartamos, para cada uno tiene una importancia, damos peso a unas cosas frente a otras, seleccionamos recuerdos y endiosamos historias en pos de ser protagonistas. Lo que para unos es perfecto para otros es conformismo, lo que para unos es virtud para otros es perder el tiempo… Los colores como las personas tenemos diferentes versiones, una por cada persona que nos ha querido, según la lente por la que se nos evalúa.

cámara

Y llegamos a la conclusión que pretende transmitir esta juntaletras, todos hemos vivido el gris en algún momento, un punto ciego en una relación que nos marcó, en el que no sabíamos si tirar hacia delante o dar media vuelta y volver a nuestra zona de confort, entonces actúa el tiempo con más calma de la necesaria y como buen juez nos va poniendo a cada uno en nuestro lugar, al final, él decide quién se queda y quién se va de tu lado.

¿Y qué nos queda? El gris, siempre el gris de lo vivido, la percepción que no se lleva el olvido. Una historia que contar para reír o llorar, la tierra prometida de nuestra vena dramática. Sin duda, lo innegable es que todos somos gris para alguien y si lo hacemos bien, si somos lo bastante blanco y negro al mismo tiempo, alcanzamos la perfecta fusión del sentido común, el ying y el yang en estado puro. Nacemos completos pero nos morimos por conocer a nuestras medias naranjas. Es triste porque el equilibrio tenemos que tenerlo dentro para no poder fundirnos a negro, para brillar por propio derecho y para que cuando encontremos alguien con la misma luz causemos un big bang estelar que haga llorar a la lluvia y las 50 sombras grises que encierran ciertos “te quiero”.

Echarte de menos

Echarte de menos es un juego de niños sin rasguños, manchas ni barro.

Es volar en el lado del avión equivocado, el pasillo de la mano de un extraño.

Es quedarte sin el último trozo de postre. Un helado de menta sin trozos de chocolate.

Es tener pesadillas de lunes a viernes y la necesidad de madrugar los fines de semana.

Es no despertarme contigo durmiendo a la intemperie. No oírte destrozar canciones desde la ducha, no pellizcarte las costillas ni atrincherarme en nuestras barricadas de abrazos.

Es contar los días para verte en un calendario en blanco.

Es el silencio opaco, las ganas vestidas de dudas, las lágrimas en un hombro de saldo.

Una injusticia por derecho, una falta de respeto, un anhelo, un vacío extraño, una razón sin argumento. Un maldito pie izquierdo, una caída entre dos suelos, un sueño deshecho, una consecuencia con todos los efectos: un atraco a corazón abierto.

Un disparo de torpeza a bocajarro, un jarro de agua fría en el invierno de tus párpados.

La indiferencia y el descaro, la alianza rendida de los buenos con los malos, un puto naufragio.

Es la definición del desquicio sin alegato, el verbo perder conjugado en todos los tiempos conocidos por el ser humano. El olvido y el recuerdo cogidos de la mano.

Echarte de menos es un auténtico desacato, es Madrid en solitario, sin tráfico ni ruido, sin risas ni encanto.

Es volverse loca por extrañarte tanto.

chica mirada intensa

La banda sonora que todos querríamos para nuestra rutina

Mi teatro

MI TEATRO (pincha sobre el título para escuchar la canción)

Pienso en despertarte cada mañana
con un beso chulo y una guerra de almohadas
Pienso enamorarte en cada mirada
con la sonrisita que yo sé que te encanta

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Pienso en conquistarte cada mañana
que te sientas guapa porque te dé la gana
pienso en admirarte sin que tu hagas nada
porque tu silencio es la obra más cara

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
Que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
Que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Te espero
ven a fabricar la luz
Te espero
mi teatro es para ti

-DANI MARTÍN-

-No quiero… Sí, quiero-

No quiero que nos convirtamos en esas parejas que se besan por rutina, sin lengua, sin pasión, sin asaltos con derribos en mitad del pasillo, sin más juegos de cama que los que nos regaló tu madre.
No quiero vivir en un campo de minas, donde una palabra, mirada o gesto pueden hacer estallar una guerra entre nosotros y no, precisamente, la guerra que empezaría yo contigo cada noche de mi vida.
No quiero que seamos del Club de las parejas perfectas, esas de revista, esas con mucho maquillaje y pocas duchas de dos en dos, esas que se vanaglorian de trajes caros pero de valores de saldo.
No quiero fiestas de etiqueta, quiero que seas mi anfitrión de la vida, que me lleves de la mano como en un baile y que me hagas bailar, bailar y bailar hasta no poder más.
Quiero escuchar salir de tu boca un nosotros en mayúsculas.
No quiero preguntarle a la margarita si me querrás mañana, si te quedarás otra madrugada. Quiero hacer tostadas para dos y elegir, de tu mano en el supermercado, el menú de la semana, escoger el color de las toallas o planificar las vacaciones a la playa de tu alma.
Quiero pelos en la ducha, que haya un cepillo de dientes verde junto al mío, tener cada noche un pecho cálido sobre el que apoyarme, que tu cuerpo siga siendo el guardián de mi calor en invierno y el que me hace temblar en verano o cualquier época del año.
No quiero sentarme en un restaurante contigo si no es para que me desvistas con las ganas, no quiero bandas sonoras de cuchillos y tenedores, quiero brindis, versos y risas y que me mires cada vez como la primera vez.
Quiero cansarme contigo no de ti, quiero sudor, arañazos, buenos días y cafés largos.
No quiero que pasemos por el comedor sin cruzar la mirada como dos desconocidos, no quiero saber que estás cerca porque te oigo respirar, al contrario, quiero que me quites el aliento, que me des abrazos tan fuertes que se me partan los miedos, las teñidas dudas y los malos consejos. Quiero equivocarme contigo, que seamos el error que todos quisieran haber cometido, pero no se han atrevido. Y es que, quiero, quiero y quiero porque TE QUIERO, tanto, tanto, tanto, que no me queda más remedio que quererte, así: loca, vulnerable, decidida o valiente. Te quiero de la única forma que sé, con todo lo que soy y con todo lo que por ti seré.
te quiero

«El club de las horas muertas»

Lo que voy a escribir, sucedió de verdad, puede que en cuanto empieces a leer sepas de qué hablo, espero que si es así sea porque te lo han contado.

Ocurrió hace unos años, cuando aún no era una mujer, sino una niña con un cuerpo de 18 veranos. Era lista, o eso me creía, era alegre, aún no conocía los rechazos, era atrevida y, por eso, la factura me llegó en forma de ruptura del órgano más preciado, más vital y el más inexperto que se ha encontrado.

Yo no fumaba, reía. No vivía, soñaba. No quería, amaba, como lo que era, la primera vez en la que una se olvida de su nombre y hasta de su raza. No importa el cómo ni el quién, sino qué pasó después.

Cuando se te rompe el corazón, los días no pasan, el tiempo se para. Te encuentras sola en una habitación abandonada, como las de los hoteles en ruinas o las casas que han sido presa de las llamas. En tu interior hay cenizas, quemaduras y un dolor en el pecho que la cirugía nunca más sana. Te pierdes en el recuerdo de “lo que pudo y no fue”, te acuerdas de lo bueno y no del dolor rutinario, sólo que ahora con un olor a azufre permanente y un mal sabor a ridículo en los labios. Esa pasa a ser tu condena, la monotonía en la que te enredas y entras a formar parte de un club sin que lo pretendas. El club de las horas muertas y las noches perdidas donde reparten lágrimas secas en bandeja de plata, donde las entrañas se vuelven estériles, incapaces de levantar las alas, vacías de todo y llenas de nada.

En el club no hay strippers sino cicatrices con nombre y apellidos que alguna vez tuvieron alma. Ahora vagan, merodean, suplican y hasta mendigan un mendrugo de calma. Vi muchas cosas en aquella estancia: esqueletos de hombres que habían triunfado y ya no eran nada, mujeres de bien que parecían fulanas,  grandes personas con el ego mutilado por otras que no supieron sino hacerles daño. Pasaron muchos días, tantos que me olvidé de contarlos, perdí la cuenta junto con mi amor propio, me convertí en un charco de verano en mitad del asfalto cuando el sol está más alto y el mercurio pasa los 40 grados.

infiernoHasta que un día, de repente, pasó; “dime,  niña, ¿qué te pasa?”. Me preguntó un hombre de pelo cano mientras permanecía hierática en el suelo junto a una manta. Me lo han roto dije llevándome la mano al lado izquierdo del pecho, ya no me quedaban sonrisas ni ganas.

El hombre sonrío de medio lado, casi haciendo un esfuerzo para no delatar su propia falta. A él también le habían roto el corazón, o eso me contó al tiempo que me acercaba una taza de chocolate caliente; “pero tú, aún estás a tiempo, no te detengas, no te quedes aquí, este no es sitio para una chica, ni para nadie, pero por lo menos tú, todavía puedes salvarte” me gritó.

Me dijo, también, que no fuera egoísta que si me quedaba allí estaría condenando a otra persona a permanecer sola, que si no luchaba sería yo la que empujaría a alguien a ese escombro de la memoria.

Algo en mí se activó, un “click” retumbó en mi cabeza. Recapacité, entré en razón, esa que se dejó vencer, la misma que había cedido sus derechos y obligaciones al corazón. Muy poco a poco, con la lentitud de los siglos, el tiempo sacó su vieja caja de las costuras y me remendó las ganas, no volví a ser igual, aunque hizo lo que pudo, se le quedaron algunos agujeros por dónde entra el frío en las noches malas y, al menos una vez al año, tengo goteras desde que se pone el sol hasta que sale el próximo alba.

Como decía, nada, absolutamente nada, vuelve a ser igual, te proteges del mundo, te cierras a cal y canto, desconfías y arañas, te haces arisca hasta con aquellos que quieren lo mejor para ti. Evalúas y juzgas contrastando lo vivido, no sabes que las comparaciones son las hijas bastardas de las dudas por lo que vuelves a tener una venda pero, esta vez, te impide distinguir lo bueno de lo malo, no haces criba, para ti todos son iguales, no hay ningún merecedor del indulto, tu tiempo de querer ha caducado, el reloj de arena ya está abajo y tu corazón es más inerte a cada paso; es tanta la molestia que, incluso, te preguntas si en el circo pagarán algo por ver cómo le apagas un cigarro. No sabes ni para qué lo tienes, es un estorbo, ocupa mucho hueco, es delicado, te obliga a comer sano y a veces te hace llorar como si eso fuera a cambiar el pasado. Maldito músculo, no sirve. Piensas que está averiado.

Y como suelen pasar todas las cosas grandes de la vida, de repente, en el eco de tu interior se oyen pasos, alguien llama, alguien te grita, parece que llevaba toda la vida esperando. Sin esperar nada conoces a alguien y el pretérito se ha barrido, el pasado es pasado, llorar ha debido limpiar las huellas de quien te jodió tanto.

Y como si nada, con paso firme, la desconfianza se va allanando hasta desaparecer y da pie al “dejarse llevar” que nunca está de más. Los ojos relucen y las ganas, de aquella niña, vuelven a hacerte compañía cada vez con más frecuencia, vuelves a ser feliz, porque sí, porque te lo mereces.

Nada dura eternamente, sólo que cuando es malo pasa muy despacio y parece que es demasiado. Yo pienso que cuando te enamoras, siempre debe ser como la primera vez, sin tener en cuenta “el club de las horas muertas” sino contando las noches en las que te quieres perder con la otra persona.

De hecho, si lo piensas cada vez es la primera sólo que cada vez de una persona nueva, de modo que las anteriores no cuentan.