¿Se puede romper la piel?

Es la pregunta que rebota contra las paredes de mi cabeza cada vez que sales por la puerta. Puede que un DIN A-4 como este no sirva como respuesta pero necesito escribirte aunque sólo sea como señal de protesta.

Verás, no sé qué pasará, pero sí sé lo que me pasa, lo he experimentado muchas veces, como te digo, cada vez que te marchas, cada vez que no huele a ti cada hilo de mi ropa, cada vez que el sonido de tu sonrisa no es la banda sonora de mi casa.

Sucede así: se cierra la puerta, suenan las llaves, tus pasos se alejan y, entonces, me quedo, automáticamente, encerrada en un hueco mental sin ventanas.

El portazo activa un botón involuntario que desarma, ladrillo a ladrillo, todo lo que me hace sentirme apta, ¿apta para qué? Para vivir, cariño, para vivir como Dios manda.

Mi sistema inmunológico se transforma en el mayor de los traidores y siembra la alarma; me duele el cuerpo, la piel y el alma. Me falta el oxigeno, el calor, la fuerza, la actitud y, sobre todo, las ganas.

Mi piel es más tuya que mía, lleva tu aroma y tus marcas, tus huellas y cada una de las cicatrices de tus batallas, tus dudas, tus anhelos, tus sueños, tus besos, tu calma, tu tempestad, tus caricias y tus traumas. Mi piel te sabe mejor que yo, te conoce desde antes de lo que pensabas… llevaba tanto tiempo esperándote que a ver quién es el guapo que ahora viene y la cambia. Es como uno de tus perros, quiere ir detrás de ti todo el tiempo, aunque solo sea por el placer de estar a tu lado. Te busca y te vuelve a buscar por cada rincón, se espera detrás de la puerta, llora bajito y ladra muy alto para que, desde el ascensor, te apiades y decidas dar media vuelta para ver qué le pasa.

Cuando transcurren unos minutos mi piel empieza a ceder y se estira como si quisiera dejar de envolver al hueso, como si quisiera divorciarse de mi cuerpo, te necesita como a la droga más jodida y más dura, te necesita como si romperse fuera una opción, la única opción para conseguir salir en tu busca y no volvernos a separar nunca.

puerta verde

HOY TOCAN HUEVOS PARA DESAYUNAR

Un día te despiertas, miras a tu alrededor con los brazos en alto, desperezándote y, casi sin darte cuenta, las cosas que no debían cambiar, esas que te han hecho ser como eres, que creías que serían tus pilares para el resto de tus días, esas… han cambiado.

Tu risa ya no es tu deporte favorito, ya no ves tanto como te gustaría a tus amigos de siempre y, por supuesto, muchas de las promesas que hiciste las remueves cada día con los posos del café.

No has cumplido lo que te habías propuesto, y no hablo de las metas que te fijas cada Año Nuevo, me refiero a esas hazañas que ibas a hacer, a esos objetivos que iban a hacer de ti alguien grande. Tu grandeza se limita al “voy tirando” de la monotonía, aunque te esfuerzas por no ser absolutamente mediocre.

Lo que no ha mutado son tus defectos, al revés, has ganado en vicios, genio y en mala leche, en definitiva, vas sobrada de galones que te hacen ser indiferente.

Si lo piensas bien, nadie se acuerda de ti como tú pensabas, lo triste, es que tú tampoco de ellos, y ha empezado a darte igual, es un plan más que asumes sin discutir como las órdenes de un jefe incompetente. Ya no luchas por lo tuyo, ya no tienes las ganas ni las inquietudes que te hacían especial… parece que alguien te haya encadenado los pies al suelo, o eso, o han secuestrado tus ansías de volar. Tú me dirás…

Pero, estoy bien, no os preocupéis, creo que uno se acostumbra a echar de menos, se vuelve un estado de ánimo, una solución insatisfactoria pero solución al fin y al cabo, una salida por la puerta de detrás, una alternativa que a nadie se le debería ofrecer.

Sí, sigues viva, inundada por las distancias y por los saltos en el tiempo, cada vez que vuelves a tu sitio, tu sitio ya no está ahí, se ha quedado atrapado en el ayer, no puedes volver, porque cuando tú te vas, todo avanza y avanza sin ti, pasa pero pasando de ti, y no puedes hacer un paréntesis para regresar al punto en el que lo dejaste, es tarde, te has perdido cumpleaños, risas y llantos, anécdotas bonitas y recuerdos que no serán tuyos, incomodas infidelidades y secretos que no serán compartidos contigo. Al final lo asumes, creas tu propio espacio, creas otro mundo diferente al que mamó tu memoria cada año y, mirando atrás, te das cuenta del precio tan caro que has pagado, si alguien hubiera intentado advertirme, hubiera pensado que me estaban engañando, pero no, la única que me he engañado he sido yo, por querer aferrarme a un sitio al que ya no pertenezco por propia voluntad, a ver si algún día aprendo, ya va siendo hora de abrir los ojos de una maldita vez.

En fin, qué os voy a contar, será que anoche me acosté con la melancolía y me ha dejado una resaca más agria de lo que la recordaba, no hay quien me quite este mal sabor a despedida de la boca. Voy a meterme en la ducha, a ver si me despejo, me aclaro las ideas y me lavo los pensamientos.

Desayunar

Espera, ¿eso es el despertador? Coño, ¿todo ha sido un sueño o sigo soñando?

Por fin, me despierto realmente, abro los ojos y veo que estás ahí, tus pies rozan los míos, y tu respiración inunda de calma a está necia emocionada… A la mierda el sueño, ahora me acuerdo de por qué estoy aquí, en mi mundo de antes no existías y ahora no quiero, ni me imagino un mundo sin ti.

50 sombras de GRIS

Todos sabemos cómo es el color gris, si lo piensas, te viene a la cabeza un color, uno determinado, pero diferente al que yo me estoy imaginando, porque el GRIS como el amor depende de cómo nos lo enseñaron. Su textura y percepción depende de aquel mentor que te lo mostró por primera vez.

Podría decirse que el gris es el centro, el equilibrio entre todo y nada, entre blanco o negro, es el maldito punto intermedio; no se moja, no se decanta por uno o por otro, él puede ser así, neutral por vocación, independiente por necesidad sin ser catalogado como luz u oscuridad.

No es indeciso, es soberbio, sabe lo que quiere ser y está orgulloso de ello, se funde entre lo malo y lo bueno, está donde quiere estar: representando lujo y status social o melancolía y pesar.

Lo que yo decía: se parece bastante al concepto relativo del verbo amar. Sin duda, el amor tiene tantas caras como matices la gama cromática, tantas luces y sombras que no caben en estas palabras.

Pero yo tan solo tengo una mirada, una perspectiva, un objetivo pseudomiope por el que apreciar mi realidad porque, aunque la compartamos, para cada uno tiene una importancia, damos peso a unas cosas frente a otras, seleccionamos recuerdos y endiosamos historias en pos de ser protagonistas. Lo que para unos es perfecto para otros es conformismo, lo que para unos es virtud para otros es perder el tiempo… Los colores como las personas tenemos diferentes versiones, una por cada persona que nos ha querido, según la lente por la que se nos evalúa.

cámara

Y llegamos a la conclusión que pretende transmitir esta juntaletras, todos hemos vivido el gris en algún momento, un punto ciego en una relación que nos marcó, en el que no sabíamos si tirar hacia delante o dar media vuelta y volver a nuestra zona de confort, entonces actúa el tiempo con más calma de la necesaria y como buen juez nos va poniendo a cada uno en nuestro lugar, al final, él decide quién se queda y quién se va de tu lado.

¿Y qué nos queda? El gris, siempre el gris de lo vivido, la percepción que no se lleva el olvido. Una historia que contar para reír o llorar, la tierra prometida de nuestra vena dramática. Sin duda, lo innegable es que todos somos gris para alguien y si lo hacemos bien, si somos lo bastante blanco y negro al mismo tiempo, alcanzamos la perfecta fusión del sentido común, el ying y el yang en estado puro. Nacemos completos pero nos morimos por conocer a nuestras medias naranjas. Es triste porque el equilibrio tenemos que tenerlo dentro para no poder fundirnos a negro, para brillar por propio derecho y para que cuando encontremos alguien con la misma luz causemos un big bang estelar que haga llorar a la lluvia y las 50 sombras grises que encierran ciertos “te quiero”.

No me muerdas la boca en otras bocas

Sugiero empezar por el final, por los “ya no te quiero”, comenzar por las lágrimas, los recuerdos , la soledad, la incertidumbre, los nudos en la garganta, los dolores en el pecho, las huellas que se alejan, los dos besos, los putos celos, las despedidas de aeropuerto, los abrazos con prisa y las prisas en sí mismas, las manos que no se tocan, los cuerpos que no se retuercen mutuamente, tus jerséis sin tu olor, la cama sin tu lado, los paseos sin vértigo, las ostias que dan los “tenemos que hablar”… para al final no decirnos nada nuevo.

despedida

Propongo un inicio sin amor, sin mariposas ni resquicios de otros cuerpos… pero sabiéndonos. Odiarnos hasta los párpados de lunes a sábado y olvidarnos completamente los domingos. Hablar mal, el uno del otro, delante de nuestros respectivos amigos, maldecirnos en otros nombres, desgastarnos las costuras, los labios y los abrigos, rompernos el corazón para que, luego, no se nos rompa el amor de tanto usarlo.

Empecemos descubriéndonos en terceras personas, cansémonos de tópicos de segunda para que siempre te tenga ganas. Cometamos errores: seámonos infieles sin estar, rindámonos a tentaciones de extraños en bares y carreteras, en hoteles y discotecas, seduzcamos a desconocidos, probemos el morbo de la mano de mil salivas… seamos todo lo que tengamos que ser antes de ser nosotros mismos, hagamos lo que tengamos que hacer para que, una vez seamos tú y yo, nunca acabemos mordiéndonos la boca en otras bocas.

En definitiva, darle la vuelta al paso de la vida para pasarme toda la vida contigo.

Por si no te ha quedado claro, me explico; haré lo que sea necesario para hacerme experta en tus cremalleras, lunares y pecas, en desabotonar tus camisas, en medir cada centímetro de tu cuerpo, en recorrerte a besos desde la planta hasta el último pelo, porque quiero que nos mire el fuego y tenga miedo, porque tú y yo ya somos un incendio, pero no juguemos con lo que no podemos, hemos tenido tiempo y nos queda aún mucho por delante, por eso no quiero tropiezos ni malos detalles, quiero que me sepas como sólo tú sabes. Porque te conozco y me conoces y, sabemos, que no querernos sería un error pero que querernos mal sería aún peor. Vamos a hacerlo todo al revés, que los cuernos sean la antesala de la fidelidad más íntima, que las peleas sean con otras parejas, que las lágrimas lleven otros nombres, que las decepciones se comparen a llegar tarde o a que la comida no esté lista, porque eso será lo de menos, quiero una rutina contigo que sea como el mismo cielo y es que te quiero como para asumir las consecuencias, lo que venga y lo que sea. Quiero contigo empezar por el reverso de la historia para que no haya ninguna otra como la nuestra, ser tu causa y tu consecuencia, tu alfa y tu omega, tu enero y tu diciembre… tu principio infinito, tu primera y última vez para siempre.

infinito

Y pasó, lo que tenía que pasar… LA VIDA

Así que iba en serio, la vida era esto:

Crecer, decir adiós a muchos sueños en busca de otros, levantarse a las seis y media de la mañana sin que haya un dios que te ayude por madrugar tanto.
Mi reino por unas horas de sueño o por una tregua con el despertador, cinco minutos más por favor, mamá. Ah, no, ya no. No vivo con mis padres, ya no tengo la burbuja con la que me cubría mi madre cada hora del día, ya no me despierto con olor a café, gritos matutinos… ah, ¡qué tiempos aquellos! Sí, tengo total autonomía, pero ya no me despierto con aroma protector ni apelativos cariñosos, aquí nadie me llama Eca, aquí me llaman por mi nombre pero sin tanto amor.

“No es fácil, pero merecerá la pena”. Es lo que me digo siempre para seguir en pie y, joder, ¡qué duro es! Confieso que, a veces, cuando conduzco, se me pasa por la cabeza la idea de conducir 3 horas más hasta mi casa, dejarlo todo y volver, pienso: son sólo 350 km., venga si quisieras podrías hacerlo, recuperar un trocito de mi vida de antes, pero entonces la conciencia, mi voluntad o mi impía responsabilidad interviene y me convence: «no lo pienses, recapacita, no has llegado hasta aquí para retroceder ahora», porque si no ¿de qué vale tanto esfuerzo? ¿Para qué estos 2 años dando lo mejor de mí? «Sí, tengo razón, mejor tiro la toalla otro día…» y aún no sé cómo no lo he hecho.

De vez en cuando, tengo verdadero pánico, de ese que te quita el sueño y las fuerzas, me dan ataques de nostalgia, he llorado muchas veces por no dormir una noche más en casa, añoro tanto algunas partes de mi exvida con mi gente, que me entran dudas sobre si las cosas saldrán como espero o si todo esto no servirá cuando el día de mañana eche la vista hacia atrás. Pero me justifico, tengo que hacerlo, quiero verlo como una inversión en mí misma, estar tan lejos de la gente que me importa, es un precio demasiado alto para el maldito largo plazo que me espera. No valgo para estar sin cada uno de vosotros, soy consciente de que me estoy perdiendo grandes momentos de vuestras vidas y también lo importante, el día a día, vuestras caídas, vuestros éxitos, amores y desamores, roces rutinarios o logros esporádicos. Nos vemos, me los contáis, pero no es lo mismo, sois como una película, lo que me decís no lo he vivido en primera persona como hacía cuando estaba a quince minutos de todo, estos 350 km. me matan. Estoy lejos de lo que me importa en pro de llegar a ser importante, un sueño o una locura, quién sabe dónde acabarán todos estos madrugones.
En fin, no quiero preocupar a nadie, no es para tanto, debe ser que hoy me acuerdo mucho de todos y que os echo de menos para no olvidaros, pero no estoy mal, soy feliz a mi manera, ya no tengo tantos ataques de nostalgia así que será verdad que, a la larga, te acostumbras a todo, incluso, a extrañar como norma y dogma. Si pudiera morirse de melancolía, durante el primer año de mi vida aquí en Madrid, hubiera tenido más de un infarto. Pero bueno, no todo son cosas malas, he conocido a gente maravillosa, he crecido, he soñado y sigo soñando con nuevas historias, he vivido, me he conocido mucho más a mí misma y mis miedos y algunas tonterías se los ha llevado la madurez.

Como decía: «no es fácil, pero merecerá la pena». Algún día, no muy lejano, volveré a estar en vuestras rutinas, contad con ello. Seguro que volveré.

Un enorme abrazo, familia.
volver

Atlántico (II Parte)

Yo tan Mediterráneo y tú tan inevitablemente Atlántico, cómo no iba a enamorarme si me bañas en mareas de estados de ánimo, de lunas bajas y corrientes revolucionarias. Me colmas de arrecifes y peligros, o de calma y serenidad con la misma ocurrente sinergia con la que se forman rizos en tu pelo, con la misma viveza que gritas libertad con cada paso que te acerca a mí.

Vienes y vas, no puedo enredarte en mí como me gustaría, haces magia con las excusas y sospecho que debiste ser poeta en otra vida e, incluso, en esta.

Eres inefable, jamás he conocido nada ni nadie que se te parezca, tan libre, tan fuera de cualquier alcance, tan lejos y, a la vez, tan cerca, que estando aquí, puedes no estar y que, no estando, no puedo alejarte de mi cabeza.

Desprendes algo, un qué sé yo, que yo qué sé… tienes eso que llaman duende, sal, lluvia, vitamina… vida, qué más da. Esa chispa tuya que me envuelve en forma de brisa se ha vuelto más que necesaria, una droga y una Kriptonita, adictiva o autodestructiva, según te plazca. El día que no me bailas el agua, pierdo el acento, las fuerzas, la voz, la risa y hasta el sudor. Tengo frío a todas horas, arrastro los pies junto con mi orgullo y mis tacones no pisan con la misma solera, ya no son lo que eran si no son por ti. Mis ganas vibran si las saca a bailar esa sonrisa tuya que me palpita el alma.

Por eso, sé que ya es tarde, he caído en tus redes, te veo aparecer por el pasillo y comprendo que podría estar horas mirándote, no eres consciente de todo lo que te miro y de lo mucho que me encanta. Cuando nos despedimos en la calle me parece increíble que la gente pueda pasar a tu lado sin girarse, sin detenerse a pensar que se acaban de cruzar con la persona más increíble que existe. Entonces, me doy cuenta de la suerte que tengo. No puedo creerlo, estás aquí conmigo y parece que quieres quedarte, pero al mismo tiempo sé que no puedo personalizarte, no puedo hacerte mi desastre, no puedo llevarte a mi terreno, no puedo hacerte a mi voluntad… ni debo hacerlo. Eres como eres: mar, tierra, fuego y aire. Los puntos cardinales, la zozobra, la bahía, la playa… tienes agua salada en la saliva porque curas mis heridas con la ternura de cien madres o me ensalzas en la furia de miles de tempestades si ese día no es tu tarde. Pero cuando estás de buenas, ¡ay, cuando estás de buenas! Una sensación extraordinaria me abriga, me siento inmortal, poderosa… tan poco humana, como si no existieran los defectos en el mundo, como si todo fuera perfecto, eres la felicidad en carne y verbo y los que mueven los hilos allá arriba confabulan contra nosotros por saber querernos.

Que se caiga el mundo, que cese la gravedad de los cuerpos, pero que me pille a tu lado, así de juntos, así de ciegos, uno por el otro, que no he nacido sino para bañarme en ti y, a la vez, contigo, bendito Atlántico mío.

¡Larga vida al MAR eterno…!

mar

Atlántico- (I Parte)

No crezco, no mermo… no cambio.

Soy como soy: impasible, inmutable. Implacable conmigo misma y con los besos que no echo de menos; qué le vamos a hacer, será que soy exigente con lo que deseo. Tal vez, por eso, he llegado a un punto sin retorno donde me he hecho así; corrijo, vosotros me habéis hecho así: firme o todo corazón según el marchante que me viaja. No soy mejor ni peor, soy así: una roca erosionada por la naturaleza humana.

Hubo un tiempo, hace siglos, en el que yo quería mutar, ser corriente que se deja llevar, pero los varapalos, los vaivenes, la tempestad… la prisa turista me ha hecho encallar en esta playa. Mejor me quedo como estoy para que no lleguen más a ver lo que queda de mi alma y poder ver qué se llevan.

«—¡Ay, insensata! Tú creías, tú pensabas…me dije a mí misma pero la vida me tenía reservada otra cruzada

Concretamente, tú, un Big Bang, causa y efecto-mariposa que rompe cicatrices, cose ayeres y me revuelve las ganas estancadas. (Algo se mueve…)

cisma

«—¿Qué coño pasa? ¿Cómo y cuándo has llegado aquí? —»

«—¡No tienes derecho!Te grito sin éxito, pero tú ya estás dentro

«—No busco nada serio, en mi fondo moran cientos de marineros más veteranos que tú que lo intentaron antes y ahí siguen,

desayunando fracasos de agua salada. Te advierto

«—¿Por qué iba a ser diferente ahora? ¿Por tu azarosa voluntad?—»

«—Eso habrá que verlo.Pensé yo.«

 

Y así fue, lo vi y lo veo cada mañana cuando me despierto.

 

(Continuará…)

Maneras de vivir

Cuando la vio pensó que no era real,

y, que tanto estupefaciente, no era lo ideal.

¿Acaso había perdido la razón?

Porque ahora sí, se había vuelto loco de amor.

Ella tenía esa clase de sonrisa,

la que si la miras te hipnotiza,

la que, automáticamente, te quita el miedo.

Ya sabes, esa que te hace olvidar todos tus infiernos.

Ella, ella, ella… era la musa que estaba esperando,

quien le sacaría de la mierda por la que estaba pasando.

La inspiración vestida con pantalones cortos,

capaz de matar monstruos ajenos y propios.

Aquel día se cruzaron tan sólo un instante,

él ya estaba y ella venía para luego marcharse.

Ella pidió café para llevar

y él no quería dejarla escapar.

Ahora no, ya no, porque la había encontrado.

Él se levantó deprisa aún con tinta en las manos,

No sabía qué decirle a aquella chica,

fuera lo que fuera, sería para toda la vida.

Tenía tantas dudas en la voz

que le temblaron los labios.

Le habló primero a la camarera,

era su táctica para atraer la atención de ella.

Discreto, pagó, le sonrió y volvió a sentarse,

ella le miró sin detenerse pero con gesto amable.

Luego se fue, con aire despreocupado,

él se quedó mirando el nombre que había anotado.

-“Malena Almas”, Universidad Complutense de Madrid-,

mientras ella no miraba, él buscó un punto del que partir.

Su carpeta le dijo las respuestas,

pronto sabrían de qué preguntas.

chica camiseta de rayas

Comprendió porqué Malena era nombre de tango

y sopesó la idea de que él no fuera de su rango,

Que no se la mereciera o que a ella no le gustara

Pero tenía que intentarlo, pasara lo que pasara.

La buscó en Facebook y en todas las redes sociales,

viernes, sábado, domingo, lunes y martes…

No la encontró, hasta que una dirección de correo

le abrió nuevas puertas a nuestro Romeo.

Era profesora de literatura,

adicta al aprendizaje continuo y a la cultura.

La cafetería en la que se conocieron

era un estratégico punto de encuentro.

Se encontraba entre la universidad y su casa,

el denominador común de ambos en un mapa.

Él fue allí todas las tardes, cada día más tiempo.

Ella flirteaba en los desayunos con aquel desconcierto.

Poco a poco fueron buenos conocidos

 y, de eso, pasaron al “algo más” de los amigos.

Ella no sabía qué pero había algo en él

que la hacia feliz… infinitamente.

Él sabía la suerte que tenía,

lo mucho que la quería,

y no pudo más que prometerse

que la cuidaría cada día sin perderse.

No miraría a nadie más ni lo arriesgaría todo,

sería bueno, dejaría el ron, las mujeres y los porros.

Volvería a escribir, había vuelto a sentir.

Ella, ella eran las ganas de vivir.

El hombre del piano

bailarina de humo

(Pincha en la imagen para escuchar la canción)

Apuró el vaso, se limpió los labios con la manga y el ron, el más amargo que nadie ha probado, impregnó aquellas costuras de locuras y miedos.

Se despojaba de las dudas a golpe de tragos largos y, excesivamente, consecutivos; como si se tratase de un muchacho intentando impresionar a una chica en la primera cita.

Pero no, no era éste su caso, hacia mucho tiempo que aquel hombre se había despedido del acné para dar paso a las patas de gallo, las ojeras, la prominente nuez empapada en sudor, la neura, la personalidad múltiple de un perdedor y, por supuesto, aquel olor a tabaco que, perennemente, atrapaba sus dedos y su lucidez.

Se sentaba al piano los días menos malos y también los peores, era su punto de fuga, su salida… su única opción. Cuentan que le hicieron una canción, posiblemente, alguien que le observaba desde la barra del bar y que percibió el dolor en sus notas y, en sus gestos, aquel desgarro que hacia cobarde al más valiente.

Era la historia de un sábado de no importa qué mes y de un hombre sentado al piano de no importa qué viejo café… Aquel hombre le tocaba las teclas a la vida por no poder tocarle los muslos y las ganas a una dama que se le había atravesado en la garganta, la misma que con el portazo del adiós le desnudó las fuerzas y también el alma, como un árbol sin hojas cuando acaba el otoño.

Maldijo entonces su suerte, su débil corazón, sus ilusiones por volverse puñaladas, sus recuerdos por no tener mala memoria, incluso, a su piano por no ser del mismo terciopelo que el de la falda de ella. La soñó noche tras noche y día tras día, a veces mordiéndole la ropa interior a otras mujeres, gastando moteles y cuartos de baño, sabiendo que muchas no cambiarían lo que ya sentía por una sola… Al menos, lo intentó, puedo jurarlo que lo intentó, pero cada vez se encomendaba más al olvido de la mano de la indulgente bebida: primero eran algunas cervezas de más, luego los combinados de dos en dos y, por último, el ron a secas de botella en botella. El hielo se convirtió en el único amigo, el único que permanecía a su lado, el verdadero denominador común de sus noches, porque con respecto a los clientes del bar, o a las mujeres de su cama, cada noche eran distintos. Se bebía la vida gota a gota y, a la vez, se le esfumaba como el humo denso de los labios, el genio se le tornó eterno y su carácter se agrió tanto que pocos se atrevían a acercarse.

No hablaba demasiado ni ebrio ni sin ir borracho, su silencio era parte de un pacto consigo mismo, la promesa de mantener caliente aquella historia que para él no se había acabado. Si lo contaba se desvanecería, ya no sería suya sino de todos, víctima de la democracia de las bocas contaminadas por la invención, que se dejarían llenar de edulcorantes añadidos de los que él nunca firmaría por propia voz, por eso, nunca se le oyó decir: “esta boca es mía”.

Deseó infinitas veces volverse objeto: un banco, una farola, una maleta… quién sabe. Todo con tal de contemplar vidas ajenas y no morir en el intento de sacar a flote la suya propia, todo con no ser el protagonista de la historia más triste de su existencia. Su deseo no se cumplió, pero no le extrañaba, se había acostumbrado a no esperar nada, ni siquiera de sí mismo.

Una noche sin más, se levantó de la banqueta en mitad de un concierto, sobresaltado, con los ojos tan abiertos que parecía que había visto a un fantasma, (sospecho que así era), recogió tembloroso las partituras, bajó la tapa con suavidad, parecía que se despedía de su viejo Yamaha de madera negra de nogal. Los que le vieron dijeron que iba sonriendo y que una mujer elegante, con un sombrero borsalino gris y un abrigo largo, le esperaba junto a la puerta con unas llaves en la mano.

Nunca más regresó, algunos piensan que se cansó de ser el famoso hombre del piano y, a la vez, un completo desconocido para todos, excepto para ella. Otros cuentan que dejó de buscar porque, por fin, encontró lo que había perdido.